jueves, 11 de febrero de 2010

“Che, el argentino” y “Guerrilla”: mucho aburrimiento, muchas omisiones y mucha manipulación



Bien, hace pocos meses tuve ocasión de ver las dos películas de Steven Soderberg sobre el Che o, más bien, las dos partes de la misma: “El argentino” y “Guerrilla”. La cosa no me pintaba demasiado bien, así que, en su momento, decidí prudentemente no pasar por taquilla y esperar a verla en DVD (prestado, por supuesto). Después de ver el conjunto, en dos días consecutivos (ni que decir tiene que no me tragué las dos de golpe), creo que la decisión de no ir al cine dificilmente pudo ser más acertada. Ciertas son las connotaciones negativas que para mí tiene este personaje y que la cosa me olía a hagiografía del Che, pero antes de verlas prefería no criticarlas.

En primer lugar, habría que decir que el todo es un general aburrimiento, una sucesión de pequeñas escenas que no duran más que unos pocos segundos, muchísimas de ellas absolutamente intrascendentes y, en las cuales, si metiéramos la tijera y recortásemos metraje no pasaría absolutamente nada. La película seguiría tal cual. Seguramente, lo de dividirla en dos partes no ha sido, como se pensaba, por razones comerciales sino una decisión “de buena voluntad” de su director, Steven Soderberg, para ahorrar un martirio de cuatro horas a los sufridos espectadores. Ya de por sí, ver las dos horas de una sola de las dos se convierte en un trago sumamente complicado.

Para colmo, quien no haya leído nada sobre la Revolución Cubana o las correrías del Che en Bolivia (o, al menos, visto un documental) tendrá enormes dificultades para seguir el curso de los hechos y a buen seguro se perderá. Porque aquí no se explica absolutamente nada. El director, pretendiendo darle un aire prácticamente documental al largometraje (lo cual no está mal, pero no de ese modo), filma unos hechos "supuestamente" todos verídicos (en eso entraré luego), como si de un reportero que estuviera allí presente grabando al Che, a Fidel Castro o a Camilo Cienfuegos se tratara. Ello con una absoluta frialdad, porque las dos películas son frías como témpanos. Les falta bastante nervio y alma. Una cosa es que Soderberg quisiera por un lado recoger una parte de la cosecha de dólares entre un público que acudiría seguro a las salas sólo con el reclamo del Che y otra entre espectadores no tan proclives al guerrillero argentino o, simplemente, no demasiado interesados en su figura y otra caer en lo plomizo, intentado dar una imagen de neutralidad y equidistancia total, aunque, eso sí, omitiendo bastantes cosas pensando en los primeros, de lo cual también hablaré.

La primera película nos muestra la Revolución Cubana, la organización de la guerrilla en Sierra Maestra, los combates entre guerrilleros y el ejército de Batista, el crecimiento del Movimiento 26 de Julio, el triunfo de la revolución… y el Che está ahí en medio de todos los acontecimientos. Hasta el punto de que “Che, el argentino” más que una película sobre el Che en particular parece un filme sobre la Revolución Cubana. Curiosamente, aquí reside uno de los pocos aciertos: la divertida interpretación de
Demian Bichir como Fidel Castro, algo exagerada y sobreactuada sí que es cierto. Otro sería, dentro de las interrupciones de la trama cubana que se desarrollan en Nueva York, las imágenes de marxistas de salón embelesados ante el “buen salvaje” venido del “Tercer Mundo” para hablar ante la ONU representando a Cuba, en aquel terrible discurso en el cual amenazó con expandir la guerra y la violencia revolucionaria por toda América Latina (“un Vietnam, dos Vietnam, tres Vietnam”). Cosas que hoy en día no han cambiado.

La segunda parte, más lineal, basada en los diarios del Che en Bolivia, y sin los saltos temporales de la primera quizás remonta ligeramente el vuelo. Aquí nos enteramos un poco mejor de todo, sobre todo porque es bastante más veraz, lo cual no es demasiado difícil, aunque, igualmente, su principal característica es la facultad de provocar en quien la ve el mayor de los sopores y estar mirando constantemente el reloj.

El Che inicia su aventura boliviana tras el fracaso del Congo (Soderberg “amenaza” con dirigir una tercera parte sobre la experiencia congoleña de Guevara si las dos primeras películas logran recaudar, al menos, 100 millones de dólares), convencido de que un triunfo en Bolivia irradiaría al resto de naciones de Latinoamérica, expandiéndose la revolución por todo el continente como un reguero de pólvora. Utilizando el pseudónimo de “Miguel”, comienza a organizar el que bautiza como “Ejército de Liberación Nacional de Bolivia” formado, inicialmente, por una columna de 23 bolivianos, 16 cubanos y 3 peruanos.

No obstante, allí se encontrará con tremendas dificultades. Los campesinos bolivianos no están muy por la labor de embarcarse en aventuras revolucionarias. El país es extremadamente pobre, cierto, pero diez años antes se ha realizado una reforma agraria y los, por otra parte escasos, campesinos de la zona agreste en la que operan tienen ganas de cualquier cosa menos de perder lo poco que poseen en medio de la locura de este iluminado. Porque si dos cosas caracterizan al Che es la locura y el ser un iluminado.

Para colmo de males, ni siquiera el Partido Comunista Boliviano (decididamente pro-soviético) está por la labor de apoyarle. En una reunión secreta con su máximo dirigente, Mario Monje, éste le deja claro que ningún apoyo deben esperar del Partido Comunista, que el partido rechaza la lucha armada (en realidad, no hacía más que seguir la consigna de Moscú de no embarcarse en la “cruzada” de un verso libre, que ya en aquella época estaba en la órbita maoista en lugar de en la soviética, como el Che Guevara) y que no existían en ese momento las condiciones para una revolución. Realmente, casi todos los partidos pro-soviéticos de Latinoamérica criticaron y sabotearon el proyecto del Che, que vio frustrado su sueño de que se sumaran combatientes de toda la región a su revolución boliviana.

Con un proyecto impracticable geográfica y culturalmente, abandonado a su suerte por su camarada Fidel Castro y en medio de la ignorancia casi general sobre su estancia en Bolivia (hay que recordar que la presencia del Che combatiendo en el sudeste boliviano no fue divulgada y solo la conocieron la CIA y el gobierno de Barrientos, y, en cambio, la ignoraban muchos militantes izquierdistas de Bolivia) nuestro revolucionario y su cuadrilla de guerrilleros, pasarán cada vez mayores penurias en una zona montañosa llena de despeñaderos y ríos torrentosos de la región (escogida por él mismo, un ignorante, como en otras cuestiones, de casi todo lo referente a Bolivia), en la zona del Ñancahuazú (río de oro), entre los departamentos de Chuquisaca y Santa Cruz, fundamentalmente: el agravamiento del asma de Guevara (el ejército retiró todos los medicamentos para ese mal de los hospitales y farmacias del área de operaciones), el total desabastecimiento de viveres (en los últimos días los supervivientes de la columna estaban tan hambrientos y sedientos que comieron carne podrida de buey y algunos bebieron su orina, según sus diarios) y el acoso permanente del ejército boliviano que, además, estaba entrenado por militares y agentes del “malvado imperialismo” estadounidense, de tal forma que acabaron con los rebeldes en pocos meses. Ello hasta llegar a la captura y la ejecución, en un final muy acorde con la imagen casi santifical y solemne que se da del Che a lo largo de las dos películas: el sargento Mario Terán se ofrece como voluntario para apretar el gatillo, como queriendo tener él el honor de ser el ejecutor del mito. El propio
Benicio del Toro en su caracterización en esa escena final evoca casi más a Jesucristo que al Che Guevara. En realidad, según relató el propio Terán al por aquel entonces ministro boliviano del Interior, Antonio Arguedas, aquel día entró borracho a la escuela de la aldea de La Higuera donde Guevara estaba recluido. El Che le dijo: “Usted ha venido a matarme”. Luego preguntó por dos compañeros apresados y, con voz de mando, ordenó a su verdugo: “Serénese y apunte bien. Va usted a matar a un hombre”. Terán dio un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerró los ojos y disparó la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Después disparó la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y en el corazón, provocándole la muerte. Aquel militar boliviano contribuyó aquel día a convertir una derrota patética en plataforma de lanzamiento de un mito mundial que, desde entonces, ha vendido millones de carteles, postales, camisetas, toallas, posavasos, tangas, tatuajes, etc..

Es esta la imagen del Che Guevara que intenta transmitir la película pese a su formato casi documental: la que evoca la famosa
fotografía tomada por Alberto Korda en 1.960, reproducida en todos estos productos (la imagen de un comunista utilizada en mercancías producidas por empresarios capitalistas… a quienes entregan su dinero consumidores comunistas), es decir, carismático, duro y rebelde, un mito, un idealista. Salta a la vista a quiénes va dirigida fundamentalmente, aunque sin desdeñar a otro tipo de espectadores, de ahí el envoltorio y celofán de riguroso documental que la envuelve no siendo más que eso: un simple envoltorio.

Realmente, el Che fue un iluminado de una exacerbada locura que ni siquiera en aquello para lo que derrochó tanto afán como fue la expansión de la muerte y la violencia se mostró mínimamente competente. ¿Qué razón hay para que un malísimo estratega de la guerra de guerrillas y un pésimo gestor cuando tuvo la oportunidad de ser nombrado presidente del Banco Nacional por el régimen castrista se haya convertido en un personaje mítico?

Dejando de lado lo cuestionable de considerarlo “héroe de la justicia social” por su labor en el gobierno revolucionario, pues esta etapa no es tratada en ninguna de las dos películas, sobre su supuesta faceta de “genio de la guerra de guerrillas”, desde luego, la primera parte cubana intenta que los entusiastas de todo el merchandising y la imagen revolucionaria socialista del Che no se queden decepcionados.

Para ello, si hay que desdeñar el papel los adversarios de Batista que luchaban contra el dictador por medios no violentos y a los que querían la derrota de la dictadura para implantar en su lugar una democracia liberal no hay ningún problema.

Tampoco en omitir que la Revolución Cubana en origen no era en absoluto comunista. Antes al contrario, el Movimiento 26 de Julio se organizó en todo el país con el fin de apoyar a la guerrilla en la sierra, mientras que en las ciudades del llano buscaban establecer alianzas con otros partidos opositores, los sindicatos, el movimiento estudiantil y la propia embajada de los Estados Unidos. Había dos sectores en el Movimiento 26 de Julio, denominados "el llano y la sierra". En concreto, en “el llano” actuaban como principales dirigentes del Movimiento Frank País, Vilma Espín, Celia Sánchez, Faustino Pérez, Carlos Franqui, Haydee Santa María, Armando Hart o René Ramos Latour, mayoritariamente demócratas liberales, no precisamente comunistas. Fidel Castro nunca había sido comunista, sino que, en un caso único, se hizo comunista una vez llegó al poder.

Por cierto, sobre el papel de Estados Unidos en Cuba por aquellos años y lo de la condición de la isla de “burdel de los yankis” durante el régimen de Batista que más de un apasionado del castrismo defiende actualmente, habría que puntualizar (aparte del dudoso gusto de calificar de “prostitutas” a las cubanas de aquella época) que el dictador no era precisamente simpático para los norteamericanos, quienes no dudaron en retirarle el apoyo logístico y vetar la venta de armas a su Gobierno. Batista fue un déspota de los más corruptos que ha conocido América Latina. Había llegado al poder tras un golpe de Estado en 1.952, en el que derrocó a Carlos Prío Socarrás, instaurando un gobierno autoritario y ladrón, enriqueciéndose enormemente tanto él como su camarilla de adláteres. El anticomunismo mostrado por Batista hizo que, en el marco de la Guerra Fría, en principio, recibiera el apoyo de Estados Unidos. Sin embargo la corrupción y las violaciones de derechos humanos llegaron a niveles tan escandalosos que comenzó a conformarse una oposición generalizada partidaria de la insurrección para desalojar del poder a Batista, del que participaron los partidos políticos de oposición, los sindicatos, el movimiento estudiantil, e incluso sectores del empresariado, los terratenientes, algunos miembros de las fuerzas armadas y el propio gobierno de los Estados Unidos, que llegó incluso a cortarle el suministro de armas, como se ha dicho más arriba. El Movimiento 26 de Julio surgió como una evolución revolucionaria del Partido Ortodoxo, de ideología básicamente nacionalista-anticomunista, buscando en todo momento articular sus fuerzas con otros sectores opositores, con el proyecto de establecer un gobierno democrático nacionalista. Tanto el ex presidente Carlos Prío Socarrás del Partido Auténtico, como la CIA, apoyaron económicamente a la guerrilla castrista en sus primeros años. Mientras tanto, Fidel Castro (que había sido un destacado dirigente juvenil del Partido Ortodoxo y que se había vuelto célebre por el intento de tomar el Cuartel Moncada en 1.952) proclamaba abiertamente sostener una posición anticomunista. Por su parte, pese a mantener relaciones estrechas con Fidel Castro y la guerrilla en Sierra Maestra, el Partido Socialista Popular (comunista) criticó la experiencia guerrillera atribuyéndole una intención “puramente aventurera golpista”.
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Pero no hay que quitar la ilusión a los compradores de camisetas del Che de que Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio en sus orígenes eran románticos luchadores comunistas, ni de que el papel del Che, quien sí era marxista y de los más radicales, fue fundamental en la caída del régimen de Batista. Nada de mencionar eso en la película, ni siquiera que el viraje de Castro se produjo cuando, una vez asentado en el poder, entendió que si se alineaba con el bando opuesto a aquel que lideraban sus vecinos estadounidenses, tendría el poder garantizado de por vida. La Unión Soviética nunca permitiría que su peón caribeño, su falansterio tropical, fuese desplazado. Es decir, ¡comunista por necesidad!

La toma de la ciudad de Santa Clara, su mayor logro militar, está razonablemente bien recreado, aunque la “heroicidad” de la acción de la toma del tren blindado enviado por Batista está bastante en entredicho por numerosos testimonios que indican que el conductor del tren se rindió de antemano, acaso tras aceptar sobornos.

Un momento especialmente manipulador de la primera película es cuando el Che proclama ante la ONU que “fusilamientos, sí; hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”. A continuación se muestra la ejecución de dos desertores de la tropa castrista que se habían dedicado a robar a los campesinos y violar a sus mujeres e hijas: un fusilamiento con el que moralmente se muestre de acuerdo quien esté viendo la película. Ni que decir tiene que esta es la única ejecución que el Che ordena en las cuatro horas totales de metraje pero lo fundamental aquí es la torticera forma de hacer asimilar con normalidad al espectador el reconocimiento por parte del Che de que el castrismo se había embarcado en el asesinato y en la sangre como medio revolucionario.

Es curioso que no se toman como fuente en esta primera parte los propios diarios desde la Sierra Maestra del Che y las cartas dirigidas a su mujer en México, donde dice cosas como: “Estoy en la manigua cubana, vivo y sediento de sangre”, ”Acabé con el problema dándole un tiro con una pistola del calibre 32 en la sien derecha, con orificio de salida en el temporal derecho...sus pertenencias pasaron a mi poder” (sobre la ejecución de Eutimio Guerra en 1.957), “era en verdad lo suficientemente culpable como para merecer la muerte" (sobre el asesinato de Aristidio, un campesino que expresó el deseo de irse cuando los rebeldes siguieran su camino), "Tenía que pagar el precio" (tras matar a Echevarría, el hermano de uno de sus camaradas, en razón de crímenes no especificados). Simular ejecuciones como método de tortura psicológica también estaba entre sus costumbres. Después de tomar Santa Clara, según un ex comandante del ejército revolucionario llamado Jaime Costa Vázquez, el Che ordenó la ejecución de un par de docenas de personas, incluidos varios campesinos conocidos como casquitos que se habían unido al ejército simplemente para escapar del desempleo.

Otra omisión destacable es la orden que dio en 1.958, después de tomar la ciudad de Sancti Spiritus, a sus hombres de que asaltaran los bancos, una decisión que justificó en una carta a Enrique Oltuski, un subordinado, en noviembre de ese año: “Las masas que luchan están de acuerdo con asaltar a los bancos porque ninguno de ellos tiene un centavo en los mismos”. El mito era... un vulgar asaltador de bancos, ni más ni menos.

El Che siempre fue un convencido de que estaba plenamente facultado para robar la propiedad ajena y reasignarla a su antojo. Era un entusiasta de la expropiación sin indemnización. El impulso de desposeer a los demás de su propiedad y de reclamar la propiedad del territorio de otros fue central a la política opresiva de Guevara. En “Che, el argentino”, no obstante, se nos muestra un Guevara recto y respetuoso con la propiedad privada que, en la última escena, el paseo triunfal hacia La Habana, se indigna y reprende duramente a uno de sus subordinados por apropiarse de un lujoso coche descapotable que había encontrado abandonado, ordenándole que regrese a Santa Clara (la escala en La Cabaña no existió claro, como vamos a ver enseguida) y deje el automóvil donde lo encontró… ¡él, quien, en su vida real, se apoderó “manu militari” de la mansión de un emigrante tras el triunfo de la revolución!. Es más le dice que "aunque el coche hubiera sido del mismísimo Batista no tendrías derecho a apropiártelo". La ridícula escena termina por un “¡increible!” exclamado por el Che cuando vuelve a subir a su jeep. Desde luego, increíble sería tener unos subordinados honrados con un jefe tan salteador y aficionado al pillaje.

Pero la omisión, sin duda, más descarada es la de la etapa de Guevara a cargo de la prisión de San Carlos de La Cabaña. Allí Guevara presidió durante la primera mitad de 1.959, justo después de la caída de Batista uno de los periodos más oscuros de la revolución dirigiendo una Comisión Depuradora frente a militares batistianos o miembros de algunos de los cuerpos de la policía, algunos “chivatos”, periodistas, empresarios, comerciantes, simples sospechosos y aquellos que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado, que se regía por la ley de la sierra: tribunal militar de hecho y no jurídico. El juez no tenía por qué ser hombre de leyes y sí, en cambio, pertenecer al ejército rebelde, al igual que los compañeros que ocupaban con él la mesa del tribunal. El Che presidía todas las vistas. En aquellos meses se fusiló diariamente hasta llegar a la cantidad de varios centenares de ajusticiados. Los fusilamientos se llevaban a cabo de madrugada, poco después de dictar sentencia y declarar sin lugar (de oficio) la apelación. Alguna noche llegaron a ser ejecutadas hasta siete personas, según testimonios. Nada de esto aparece en la película.

En resumidas cuentas, una película aburrida y soporífera en su conjunto. La primera parte, “El argentino” tendenciosa, manipuladora y todo un ejercicio de desinformación. La segunda, "Guerrilla", más veraz. A fin de cuentas, sobre las andanzas bolivianas del Che poco hay que ocultar. Poco había allí que robar y pocas ocasiones de ajusticiar. Es bastante superior a la primera pero, siendo un conjunto ambas, viene ya tarada de origen. Desde luego, no la recomiendo en absoluto a quienes quieran pasar una tarde entretenida viendo una buena película. Y mucho menos a quienes quieran conocer bien la figura del Che ya que incluso no se nos dice nada sobre los orígenes ideológicos del Che o su etapa en el gobierno castrista, en la cual este icono del “idealismo”, la “justicia” y la “rebeldía” estuvo dispuesto a entablar una confrontación nuclear con los Estados Unidos durante la crisis de los misiles de 1.962, aunque se corriera el riesgo de que la isla quedase reducida a cenizas (ni los ayatolás, vamos), una de las causas por las cuales renegó de la Unión Soviética, tras la marcha atrás y la retirada de las cabezas nucleares por orden de Kruschev, y se pasó al maoismo… siendo más tarde él mismo abandonado por el propio Fidel Castro, atado de pies y manos al Kremlin.

Para empedernidos fans de toda la mercadotecnia que rodea a este sujeto, únicamente.
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Video impagable: el protagonista de "Che, el asesino", sin respuestas

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Benicio del Toro, acorralado entre los toriles de la entrevistadora, que lo banderillea a gusto. Benicio tartamudea, se queda en blanco, no sabe cómo justificar los crímenes del Che, no conoce muchos de ellos. O dice no conocerlos.

Sólo se le ocurre a él ir a Miami a hacer apología del castrismo.
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