Obama, a imagen y semejanza de los progres y socialistas europeos de un signo u otro, tan empeñados en salvar a los norteamericanos del poco menos que “casi genocidio” del que habla Michael Moore en su película (o, mejor dicho, prácticamente líbelo) "Sicko", parece haber asumido sus tesis sobre que el gasto público en sanidad es inexistente (a pesar de que se desconozca si Moore, cada vez que le entra un constipado, coge un avión directo a La Habana para ser atendido por la, tan apreciada por él, sanidad pública cubana), que el sistema norteamericano está viciado por el sistema capitalista, que hay 46 millones de americanos sin seguro médico y que sólo existe sanidad pública para los pobres (Medicaid) y mayores de 65 años (Medicare). Lo cierto, es que, incluso en la época del "malvado" Bush (quien no se caracterizó, precisamente, por sus desregulaciones), Estados Unidos dedicó a la sanidad aproximadamente el 16% del PIB, más que cualquier otro entre los países desarrollados. Los ciudadanos sin seguro representan apenas el 15,6% de una población de más 300 millones de habitantes. No tener seguro médico es muy distinto a no recibir asistencia sanitaria. ¿Acaso alguien piensa que la gente sin seguro no recibe atención médica y se la deja morir en plena calle?
La realidad de las cifras indica que, salvo que el intervencionismo extremo de "Papi Estado" lo estropee convirtiéndolo en una Europa "socialdemocratizada" al otro lado del Atlántico, Estados Unidos cuenta con la mejor infraestructura hospitalaria del mundo, los últimos adelantos terapéuticos y los más eficientes equipos de tecnología médica e innovación investigadora. Y todo ello, además, en manos de los mejores profesionales de la medicina y de investigadores reconocidos y premiados por su labor en las más altas esferas de la investigación médica.
Lo que siempre se omite al hablar del 15,6% de norteamericanos no cubiertos por un seguro médico es que no todos están en una situación en la cual no pueden permitírselo económicamente, sino que, la inmensa mayoría, por su juventud o por deseo expreso, no quieren pagar a una aseguradora, ni tampoco esperan que "Papi Estado" les pague el seguro. Es parte de la mentalidad norteamericana, totalmente opuesta a la socialdemócrata europea, la que Obama quiere imponer en Estados Unidos, aumentando aún más el gasto ya existente por parte del Gobierno y cargando a la ciudadanía con más impuestos todavía. El ciudadano cada vez más dependiente de "Papi Estado". Teniendo en cuenta, asimismo esta mentalidad tan arraigada entre los estadounidenses de desconfianza hacia la pretensión de imponerles un "Papi Estado", un Gran Gobierno, se explica bastante bien el rechazo que (sorprendentemente para una mentalidad europea socializante, por supuesto), hasta ahora, encontró desde el principio el plan Obama, en sus términos iniciales, no sólo entre los legisladores norteamericanos sino también entre buena parte del ciudadano medio. Los famosos y desgraciados "americanos sin seguro médico", por tanto, lo son casi todos por propia elección, y no por carencia de medios (lo cual sería inaceptable en una sociedad civilizada). Una cuestión interesante sería preguntarse por qué, si es tan deficiente la sanidad americana, la esperanza de vida es la misma, aproximadamente, que la de cualquier país europeo. O por qué, en Hong Kong, con un sistema sanitario totalmente privado, la esperanza de vida es incluso superior.
Seguramente, como muy bien ha señalado en alguna ocasión Charles Krauthammer, el problema a resolver sería abaratar el precio de estos seguros. Una buena forma sería eliminando impuestos innecesarios y escondidos que se cargan a la cuenta de los ciudadanos a la hora de adquirir seguros médicos y que sólo logran aumentar los precios. Igualmente, pone el dedo en la yaga sobre dos factores más que incrementan considerablemente el precio de las pólizas de salud en Estados Unidos (y que constituye, aunque no lo cite, uno de las causas del derroche de dinero en la sanidad y del déficit público del que repetidamente ha hablado Obama). El primero, las cuantiosísimas indemnizaciones que el sistema legal establece para el supuesto de negligencias médicas. Es algo totalmente lógico que cuando un profesional de la medicina debe pagar decenas de miles de dólares al año en concepto de seguro de responsabilidad civil, estos deberán pasar elevadas minutas a las aseguradoras, quienes, a su vez, las repercutirán en forma de pólizas más caras para sus asegurados. El segundo, el ingente coste encubierto de la llamada "medicina defensiva", los exámenes y las pruebas que los médicos solicitan sin ningún otro motivo que protegerse de posibles demandas judiciales. Aquí podríamos encontrar, entre otras, una buena explicación a la cuestión de por qué, si el 60% de los americanos están cubiertos por un seguro privado, el 25% por un seguro estatal y el 15% no tiene cobertura, el gasto en sanidad asciende al 16% del PIB (aproximadamente el doble que España). Los médicos transfieren la mitad de sus ingresos, lo que significa que doblan sus honorarios, a los seguros que los resarcen en los casos de las frecuentemente abusivas condenas por errores, mientras que las pingües ganancias de las que los abogados se lucran, de hasta el 50% de las indemnizaciones, son en parte donadas por sus receptores al partido demócrata para que no reforme un tan universalmente denostado sistema, que muchos ciudadanos consideran la condición previa para empezar a hablar de cambios en las sanidad con visos de mejora.
¿Cuál es el motivo por el cual Obama jamás ha hecho una mención a esto al hablar del derroche económico en la sanidad que pretende corregir mediante la socialización? ¿Fenomenales donaciones a los demócratas desde importantísimos bufetes de abogados? Más bien yo me inclinaría por una estratosférica confianza en la ilimitada capacidad progre de vender el humo como realidad. Porque hay que reconocer que es muy meritorio hacer creer que se va a poder disfrutar de una sanidad universalizada, mucho más sólida, con muchos más medios y… ¡a un precio mucho menor! Posiblemente, lo próximo será vender que Irán detendrá su programa nuclear cuando Ahmadineyad reciba en los ojos su angelical mirada.
La no aprobación en verano del plan sanitario socialista de Obama no le ha supuesto un serio obstáculo para sus propósitos. El faro del progresismo mundial ha conseguido la aprobación de un plan no tan ambicioso como lo que pretendía hacer. De hecho, los demócratas no se aseguraron los votos necesarios para aprobar la reforma hasta que el líder de un grupo de media docena congresistas antiabortistas que se oponían a la medida, Bart Stupak, anunció a media tarde que había llegado a un acuerdo de última hora con la Casa Blanca y los líderes de su partido. Stupak reclamaba garantías de que la reforma no permitiría el uso de fondos federales para la práctica de abortos.
Ninguno de los 178 congresistas republicanos votó a favor de la medida. Más de treinta demócratas se sumaron a su "no". Doce estados se plantean demandar la inconstitucionalidad de esta reforma, incluidos Pensilvania y Michigan, reconocidos bastiones demócratas. No obstante, las dotes como prestidigitador del Obamamesías, últimamente un poco de capa caída, la verdad sea dicha, lo presentarán como el "gran reformador de la sanidad americana", haciendo que no se pierda ni un ápice de su mágia como referente progresista universal, depositario de todo el bien y la bondad.
La Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO) señala en su último informe sobre esta materia que, de cumplirse al pie de la letra el proyecto de Obama, la reforma sanitaria reducirá el déficit público en 143.000 millones de dólares entre 2010 y 2019. Sin embargo, la expansión pública de la cobertura médica tiene un coste de 940.000 millones de dólares, pero si se suman la extensión de las subvenciones a las recetas, el aumento de la financiación para los centros médicos comunitarios y las políticas de prevención, la factura total de la reforma ascenderá a 1,072 billones de dólares en la presente década. Según el CBO, el aumento del gasto público directo en sanidad (382.000 millones de dólares entre 2010 y 2019) se vería compensado por un incremento de los ingresos fiscales (más impuestos) de 525.000 millones. De este modo, la reforma permitirá al Gobierno reducir el déficit público en 143.000 millones hasta 2019. El problema consiste en que tales cálculos son meras previsiones basadas en promesas, cuyo cumplimiento dependerá en todo caso de la voluntad política. Así, si bien por el lado de los ingresos, Obama aumentará los impuestos a empresas (aseguradoras) y particulares (con rentas altas), además de obligar a todos los ciudadanos a contar con cobertura médica, por el lado del gasto todo dependerá de que los próximos gobiernos apliquen un ambicioso plan de austeridad, cuyo cumplimiento futuro nadie garantiza, como es lógico.
Ahora bien, lo de Obama es un verdadero desastre. El plan obamita obliga a los estados y a la gente a contratar un seguro médico contra su voluntad. Este seguro está, en palabras de Alberto Acereda, "estipulado bajo las regulaciones federales de Washington y controlado por el Servicio de Impuestos Internos (IRS)... como si éste supiera algo de medicina". Estos obligados a contratar un seguro serán subsidiados para ello, suscribiendo un seguro de una calidad ínfima, peor, a buen seguro, que el Medicare y el Medicaid. Para financiar este seguro, aumento brutal de impuestos, más paro y la pérdida del seguro médico de calidad, que la mayoría de americanos tienen a través de su contrato de trabajo... pasando a estos mediocres seguros subsidiados cuando se vean en el desempleo. Y más impuestos para financiar estos nuevos seguros obligatorios que deban contratar los desempleados. ¿Es o no es todo un "genio" el Obamamesías? La reforma deteriorará la economía norteamericana con más impuestos y peores servicios médicos, socializando un asunto individual que nunca estuvo en manos del Gobierno. No puede ser más inconstitucional ni contraria a la libertad. La izquierda ha llegado a la Casa Blanca.
Malo para Estados Unidos, aunque beneficie a los republicanos, quienes deberán oponerse firmemente a esto. El primer paso debe ser noviembre y que los demócratas pierdan la mayoría en las dos cámaras. El segundo 2012 y las presidenciales, arrebatarles la Casa Blanca, recuperando los valores conservadores y renunciando a esa especie de nadar entre dos aguas pseudo-marianista que envolvió a McCainn en 2008. Obama no se lo puede poner más fácil.
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acertadísima explicación que debería ser convenientemente difundida, porque es cierto que tenemos mentalidades tan diferentes que es un asunto bastante confuso de comprender para los de aquí...saludos
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