Existen 3 tipos de ciudadanos: Los que piensan por sí mismos (suponen el 2 % de la población), los que entienden lo que otros piensan (representan un 18%) y los que no comprenden nada ni piensan nunca por sí mismos (son el 80% restante)
Al primer grupo no le afecta la propaganda oficial del gobierno de turno, es decir, las falsedades de esa panda goebbeliana que suele parasitar al Estado. Son ciudadanos bizarros e independientes que critican y desprecian el actual sistema depredador de libertades, de la misma forma que el sistema les desprecia a ellos. También son personas consideradas como excéntricos o pesimistas por el resto de la ciudadanía; sin embargo, debéis saber que los pesimistas no son otra cosa que gente optimista bien informada.
El segundo grupo está constituido por potenciales miembros del primer grupo. Son ciudadanos condescendientes, pusilánimes, con cierto sentido común pero que se mantienen hipócritamente en el corral siempre que disfruten con comodidad de las migajas que el sistema les dispense, aunque sea a base de sangrarles a impuestos.
En el tercer grupo se integra la gente pastueña, irracional, irreflexiva, inmadura, mediocre y envidiosa que, como buenos borregos, seguirán a su pastor hasta el matadero. Algunos se percatarán de su final cuando terminen de recibir en sus sienes la descarga eléctrica que les dejará atontados antes de que el matarife les corte el gaznate con su afilado cuchillo; otros, ni siquiera en ese momento comprenderán lo que está pasando y no dejarán de berrear pidiendo auxilio a su pastor o a cualquier otro que pase por allí sin pensar que todo es susceptible de empeorar, puesto que otros pastores les llevarán directamente a otros mataderos que no practican el aturdimiento previo al degüello.
El fondo del problema son esos votantes embrutecidos intelectualmente que se excitan con locura cuando ven a los “suyos” en el poder o a punto de conseguirlo, aunque causen, unos por acción y otros por omisión, la mayor catástrofe económica y social de las últimas décadas.
Lo triste es que la inmensa mayoría de la población vota de acuerdo con lo que le digan las consignas del partido o los primeros minutos de los telediarios de las malditas televisiones públicas o pseudopúblicas, mientras engullen la “sopa boba”. Esta es la causa de que la casta política actual y sus actuaciones de gobierno u oposición sea una realidad. Esto es lo que yo denomino la “pesadilla democrática”. Pesadilla aceptada por un ingente número de ciudadanos a los que un benévolo régimen electoral les concede el derecho a voto sin merecerlo. Derecho tan poco baladí para ellos como el hecho de sonarse los mocos en un pañuelo.
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