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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Equidad

¿Hasta dónde podremos llegar? Esa es la pregunta que nos hacemos los ciudadanos españoles un poco informados o preocupados por la cosa pública. Esa es también la pregunta que se harán internamente los que viven de la misma.

Políticos, de izquierda, de derechas, nacionalistas, constitucionalistas, libres o esclavos del virus de la Moncloa, todos ellos callan más que hablan.

Y es normal, en sus manos está el destino de España como nación, pero muy pocos anteponen los intereses comunes a los intereses propios, salvo honrosas excepciones.

Hoy hablaré de Esperanza Aguirre, la presidenta de la Comunidad de Madrid. Es foco de las iras de la izquierda y fuente de las envidias de los cobardes de la derecha. Quién no vea esto es que no entiende nada de lo que ocurre hoy en España.

Ayer Esperanza se pasó por el Congreso de los diputados, por la que el hipócrita de Bono, a Dios rogando y con el aborto dando, llama la casa de todos los españoles. Ayer tarde se demostró que la cosa no es así, que es la casa de putas más grande y más cara que hay en la capital de España.

Aguirre acudió ayer al Congreso a pedir que en la LOFCA, la ley que regula la financiación de las Comunidades Autónomas, se incluya el término equidad.

Equidad es una buena cosa, me quedo con la quinta acepción del diccionario de la RAE, que es “disposición del ánimo que mueve a dar a cada uno lo que se merece”.

Como dijo Aguirre en clara referencia a los políticos nacionalistas, ella no estaba allí para pedir privilegios ni más dinero al Estado para la comunidad que regenta, sino equidad, igualdad para todos los ciudadanos españoles hayan nacido en Tembleque, en Burgos o en Baracaldo. Cosa muy justa y loable, tanto que parece una perogrullada.

No es de recibo que un Estado como el español, que descansa sobre una Constitución que en teoría nos hace a todos iguales ante la Ley y que nos da los mismos derechos y las mismas obligaciones, nade en las turbias aguas de las desigualdades autonómicas.

Cada región de España, cada pedazo, blinda sus competencias a base de estatutos de autonomía en los que se trata el asunto de la financiación como mejor convenga. Andalucía se basa en su alta población, Cataluña en su renta per cápita, los vascos tienen su concierto propio, los navarros sus antiguos fueros.

Aquí cada uno tira por su lado, y si no se parte la baraja y a otra cosa mariposa. No existe unanimidad, hay múltiples criterios a gusto del consumidor para sacar mayor tajada al Estado.

La tan cacareada solidaridad interterritorial ya no existe, el Gobierno puede asfixiar a su antojo a aquellas comunidades que no son socialistas negándoles fondos, falseando su verdadera población e invirtiendo mucho menos de lo que corresponde en infraestructuras y subvenciones.

Es el caso sangrante de Madrid, la Comunidad que está tirando del carro de esta España deshilachada. Madrid es el patito feo de Zapatero, que le niega día sí y día también las inversiones necesarias para que pueda seguir prosperando y mejorando en calidad de vida.

Como dijo Esperanza ayer en el Congreso, los madrileños estamos orgullosos de contribuir a la caja común, de ayudar a nuestros compatriotas más pobres. De eso se trata. Lo que no puede ser es lo que no puede ser, y además es imposible.

Enseguida se echaron al cuello de la presidenta tanto socialistas como nacionalistas catalanes.

Un tipo de CIU la acusó de querer torpedear el Estatut, diciendo a las claras lo que sabe todo el mundo, que el Estatut no es otra cosa que una herramienta para expoliar al resto de España y saltarse de una vez por todas esto tan feo de aportar a la causa común.

Quedó meridianamente claro en la intervención de este diputado nacionalista que el Estatut es la bomba de relojería que acabará con el Estado español tal y como lo conocemos.

Comenzará otra era, otra cosa, algo ni siquiera parecido, una relación de bilateralidad entre España y Cataluña, siendo la primera colonia de la segunda.

Cuando los padres de la Constitución española concedieron ciertos caprichos a los partidos catalanes para que se sintieran a gusto en el actual marco constitucional no sabían o no querían saber que el nacionalismo excluyente jamás tiene suficiente. De aquellos polvos vienen estos lodos.

Lo peor de todo es que un presidente del Gobierno de España sea cómplice de este atropello, sea una de las plañideras que asiste conrostro compungido al entierro de nuestra centenaria nación.

Zapatero es el principal artífice de este asesinato, Rajoy un silencioso cómplice que no levanta la voz y el Congreso el escenario del crimen.

Ayer la propuesta de Aguirre fue rechazada por las izquierdas y por los nacionalismos. Juzguen ustedes en qué manos estamos, sopesen cuáles son los oscuros objetivos de estos señores que supuestamente nos representan para no querer ninguno de ellos laigualdad para todo el territorio nacional y sus habitantes.

Ayer Zapatero no estaba presente, tampoco Rajoy asistió a la sesión, pero la pregunta de las personas decentes y de las gentes que sienten España muy dentro del corazón sabemos que hemos llegado a un punto de no retorno. Solo queda saber hasta dónde podremos llegar hasta que todo salte por los aires.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Prostituyendo a Democracia

Democracia, una chica de 30 años ya un poco ajada y no de muy buen ver está haciendo la calle. Es una golfa barata, de esas que trazan círculos en el aire con su bolso en cualquier esquina del centro de Madrid. Con su perfume, su paquete de Camel arrugado y sus medias llenitas de carreras.

Democracia ha conocido tiempos mejores, era una de esas meretrices de club de carretera, respetada por los clientes, que se cuidaban muy mucho de darle pellizcos en las nalgas o propasarse de cualquier otra forma por si llegaba el gorila de la puerta y les echaba a puntapiés.

Ahora nadie la respeta, desde el día en que se quedó en la calle.

Al abajo firmante de su contrato le dio un buen día por romper el trato y hacer trizas la Constitución que la defendía en sus napias.

A aquel jefe de club de carretera, el Rey de algo le llamaban, dejó de interesarle un buen día Democracia y la echó a patadas de su decente negociete de la autovía que va hacia Barcelona. Quería comprarse un barco e irse a navegar, o de caza a fincas castellanas… ¡Todo un Bont vivant!

Ahora a Democracia la chulean unos tipejos del montón, sin corona y sin estudios, uno de ellos dice ser de León, aunque allí nadie le recuerda, el resto son pertenecientes a una mafia catalana, de esos con barretina y seny a espuertas.

Un día Democracia hablaba de lo bien que le iba en el club, de lo que echaba de menos a las personas decentes que entraban y salían, de aquel contrato Constitución que la protegía y la hacía igual a todas las demás chicas.

Sus chulos catalanes tomaron buena nota de sus quejas y un día se presentaron con un papelote llamado Estatut, una especie de contrato lleno de palabrería y de letra pequeña.

Democracia lo leyó sin mucho interés, se parecía demasiado a la antigua Constitución que un día firmo en el despacho cargado de tabaco de aquel tipo del club al que llamaban Rey.

Firmó aprisa, todo sería mejor que seguir en la calle una noche más, aguantando a niñatos borrachos, viejos verdes sin blanca y mujeronas de falsa moral que la miraban por encima del hombro.

Firmó el Estatut y no hubo marcha atrás. No se sintió ni mejor ni peor en esos instantes, aunque pasado un tiempo se dio cuenta de que todo era un camelo, de que seguía en la misma esquina, pero sus socios catalanes cada vez se llevaban más beneficio. Intentó anunciarse secretamente en la sección de contactos de los periódicos para sacarse un beneficio extra y poder así comer, poder librarse por unos instantes de sus chulos de Barcelona.

Todo fue inútil, los catalanes tenían muchos contactos en los medios y por haber intentado engañarlos se llevó una buena paliza ante la mirada impávida de José Luis, el chulo de León.

José Luis había prometido a sus amigos catalanes no tocar ni una coma del Estatut, pues a él le importaba un ardite Democracia. La podían prostituir todo lo que quisieran, avasallarla, hacerla su esclava si lo deseaban. Era su concepto del mundo.

Democracia veía los carteles del metro, esos que hablan de mujeres maltratadas y se decidió un día a recurrir a la Justicia, a uno de esos tribunales especiales que dicen si un contrato es válido o no.

Todo fue en vano, Democracia se pasaba muchas tardes por el juzgado y las cosas seguían igual, nadie le decía nada, no había unanimidad en si el dichoso Estatut que la prostituía era o no era legal y si cumplía o dejaba de cumplir los mínimos que marca la legislación.

Pasaban los años y Democracia seguía en su esquina, pagando los caprichos de sus chulos, que decían a todos para justificar la situación de la mujer que aquello era normal, que si Democracia había pasado ya tantos años en la esquina con el Estatut en vigor, ni jueces ni partes podían ahora venir con milongas de que aquello no estaba bien. ¿Si algo funciona para qué tocarlo?

Los periódicos que controlaban los chulos, una especie de folletines infectos pagados de su bolsillo desprestigiaban día y sí y día también a Democracia y presionaban sin escrúpulos a los jueces que debían decidir sobre el futuro de la muchacha y sobre sus condiciones laborales.

Democracia se moría de frío en su esquinita de Gran Vía, a lo lejos brillaba la luz de un restaurante. La chica muerta de aburrimiento y por eso de estirar un poco las piernas, se acercó a la cristalera del escaparate para ver lo que se cocía en su interior. Allí la gente se lo pasaba de lo lindo. Copas, trajes caros, cigarros puros y platos a rebosar se vislumbraban en las mesas desde la dura y helada acera de cemento.

Allí los vio a todos ellos, a José Luís, a los chulos catalanes, a los jueces que llevaban su caso y presidiendo la mesa al rey, a su antiguo jefe en el club.

Todos reían y hablaban con la boca llena, todos se regocijaban de su suerte y de su privilegiada posición.

Por las mejillas de Democracia resbaló suavemente una lágrima de amargura mientras volvía a su esquina a lucir su bolso rojo y su cuerpo ya marchitos.

En el interior del restaurante, todos brindaban satisfechos ¿a quién le podía importar la puta Democracia?