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sábado, 19 de marzo de 2011

La plusvalía del trabajo


Una de las bases del marxismo es la teoría de la explotación. Según el hipócrita burgués llamado Karl Marx, ese tipo al que gustaba embarazar a sus criadas, el trabajo debía ser la única medida para valorar los bienes producidos.

El demagogo de Marx afirmaba que a los trabajadores se les abonaba un sueldo, llamado de subsistencia, cuyo valor era menor que las horas que dedicaban con su trabajo a producir los bienes; siendo la diferencia de valor o plusvalía lo que se quedaba el malísimo empresario. Esto les sigue pareciendo una injusticia a los pastueños seguidores de la fracasada doctrina marxista sin ni siquiera haber reflexionado un poco sobre ello.

Es un hecho que Karl Marx, al contrario que la mayoría de los socialistas de hoy, estudió economía. ¡Ahora me explico por qué Marx llegó a retractarse y reconocer su metedura de pata, siendo uno de los primeros en declararse "no marxista!

Todo socialista ignora o quiere ignorar que el valor de los productos no se fija por el número de horas trabajadas para producirlos sino que el precio del producto viene determinado por un acuerdo que se da en todo intercambio voluntario entre un comprador y un vendedor, saliendo ambos beneficiados. Si no fuera así nunca se produciría la transacción a no ser que el Estado intervenga usando el monopolio de la fuerza, algo que no disgusta a los especímenes socialistas.

También todo socialista ignora o quiere ignorar que los empresarios adelantan una parte del valor del bien producido a los trabajadores denominada sueldo o salario. Es importante saber que esto lo hacen con antelación a que finalice la producción de un bien y sea éste vendido. Por eso se dice que la figura del empresario es benéfica, porque evita que los trabajadores tengan que esperar a que finalice la producción y los productos sean vendidos, o no, en el mercado para conseguir, o no, su parte correspondiente del valor del bien. Por eso el riesgo que no asume el trabajador debe ser compensado al empresario con lo que se conoce como beneficio empresarial. Es lógico que todo emprendedor que asume un riesgo de pérdida de los ahorros invertidos en un negocio debe ser compensado con un beneficio futuro. ¡A ver si nos vamos enterando de que va la historia!

Los beneficiarios de las empresas son todos los consumidores que compran los productos elaborados por las mismas, así como los accionistas, que son los propietarios de las grandes empresas y que puede ser cualquier trabajador que, con unos ahorrillos, participe en un fondo de inversión, contrate un plan de pensiones o compre directamente unas pocas acciones en el mercado de valores con el fin de complementar su salario con los dividendos que les reporten los títulos.

Gracias a la soberanía del consumidor y al incentivo del beneficio en un entorno de libre competencia, la propiedad privada garantiza una oferta de productos para todos siempre en aumento. En la economía de mercado propietarios e inversionistas, si quieren aprovecharse de su propiedad y capital, no les queda otra posibilidad que destinarlos a atender necesidades de otros. De esta forma pueden enriquecerse y enriquecen a la sociedad al crear bienes y servicios que antes no existían. Sólo el hecho de poseer los medios de producción obliga a sus propietarios a cubrir las demandas de los consumidores si quieren obtener un rendimiento.

La propiedad beneficia sólo a las personas que saben utilizarla para favorecer a los consumidores que, repito, son los verdaderos soberanos del mercado cuando éste es libre. Esa es la función social del derecho de propiedad que se desarrolla sólo en un entorno de Libertad y capitalismo democrático, no en un entorno de capitalismo de Estado o mercantilismo, es decir socialismo.

Donde existe realmente explotación del obrero es en los países de economía socialista en los cuales siempre hay dos clases sociales muy diferenciadas:

- Los pudientes que son aquellos que forman parte del “aparato coercitivo” del Estado y que son gente arribista, cobarde, palmera, chupapollas, que se afilian al partido único para medrar; que incluso son capaces de sacrificar a sus semejantes, incluso a su madre, en nombre del dichoso bien común y de su bolsillo sobre todo.

- Los esclavos, que son el resto de la ciudadanía que sólo quiere Libertad, siendo obligados a repudiar la economía de mercado o a denunciar a sus vecinos cuando vacilan sobre si es o no una mierda el socialismo que les mantiene en la miseria.

Con el socialismo no hay esperanza, no existe igualdad de oportunidades. No me cansaré de repetir que cuando una sociedad es libre automáticamente hay prosperidad, existen oportunidades que todos pueden aprovechar mejorando su bienestar y no se aumentan las diferencias entre clases de ciudadanos sino que la mayoría se integra en una gran clase media igualándose en calidad de vida. En concreto, cuando una sociedad es libre hay esperanza para todos.

Sin embargo, algunos liberticidas siempre están babeando odio hacia los emprendedores y la economía de mercado. Y digo yo, ¿Porqué no os juntáis unos cuantos y montáis una empresa?, luego los beneficios y las plusvalías marxistoides las repartís con los trabajadores que contratéis. ¡Eso sí, a partes iguales!. Si va mal el negocio los trabajadores cobran su salario y vosotros os quedáis a dos velas, si va bien el negocio lo repartís entre todos a partes iguales como buenos camaradas.

¡Hipócritas!, No lo hacéis porque sois unos hipócritas y falsarios. Sólo queréis que se haga eso con el dinero de otros, pero cuando se trata de vuestra pasta ya os apañáis de sacarle el mejor rendimiento.

El socialismo es un engaño basado en la envidia, la demagogia y la hipocresía de sus seguidores. En cambio, la economía de mercado redunda en el verdadero interés general incluyendo a los socialistas pijo-progres que viven acomodadamente en países libres y prósperos.

Repito, en una sociedad libre con economía de mercado los medios de producción privados deben servir a la sociedad en su conjunto para sacar provecho de ellos. Es desesperante ver como manadas de ilusos, cuyos cerebros están llenos de consignas y serrín, siguen apostando por el marxismo científico cuyos crímenes en su sangrienta historia los siguen justificando como errores asumibles, ¡y vuelta a empezar!. Con mucha caradura suelen decir a menudo que ahora sí que funcionará el nuevo socialismo y traerá al mundo el paraíso perfecto, la utopía socialista con la que siempre sueñan.

Me pregunto una cosa. Observando como en Venezuela empiezan a escasear en las tiendas los productos básicos, donde a ciertas horas ya hay cortes de luz y agua, donde se reprime a los opositores y se cierran medios de comunicación; este nuevo socialismo se parece mucho al antiguo. Sigue siendo la misma mierda, el mismo fraude de siempre pero utilizado por nuevos defraudadores que quieren trincar algo aprovechándose de la mediocridad de la gente.

Muchos de los que militaron en el siglo pasado en organizaciones socialistas no tenían muy claro que el socialismo funcionara y la caída del muro de Berlín les hizo recapacitar. Pero no a todos. A algunos, la lobotomización a la que fueron sometidos incrustándoles en su cerebro ideas socialistas les pudo más que la realidad y siguen repitiendo la misma cantinela como si fueran robots. Nunca desperdiciarán ni un minuto en examinar críticamente el socialismo. Para ellos el socialismo es algo sagrado, su sacrosanta religión, una cuestión de fe ciega aunque se jueguen el futuro de sus hijos.

Otros tipejos que pululan por países libres dónde se aplica la economía de mercado, a pesar de conocer la mentira que esconde el socialismo, como piojos se enquistan en la perversa ideología sólo por medrar en política y vivir de puta madre como buenos “socialistos”, o sea, vivir del cuento disfrutando de la cómoda vida que les ofrece el país que parasitan.

www.lodicecincinato.tk

sábado, 26 de febrero de 2011

Hoces y martillos





Mi tío Lucas trabajaba como Maestro Albañil en una próspera empresa familiar que se dedicaba a la construcción. Tenía bajo su supervisión un número considerable de obreros, unos cualificados y otros no tanto.

Mi tío era un hombre que dejó el campo para empezar una nueva vida en la ciudad. Era un hombre de hoz pero sin martillo; es decir, era uno de esos jóvenes jornaleros que de madrugada marchaban en silencio a los trigales y no volvían a sus casas hasta ponerse el sol. No era uno de esos que portaban en una mano una reluciente hoz sin mellas, por no usarse nunca; y en la otra un martillo aplasta cráneos de todo aquel que para ellos sea considerado burgués o reaccionario.

No, no era de esos tipos que roban la propiedad de otros para repartírsela argumentando el cuento de la función social de la propiedad. Mi tío vivía simplemente de su propio trabajo y esfuerzo.

Una vez emigrado a la urbe mi tío Lucas compaginó, durante los primeros años y con mucho sacrificio, su trabajo en el sector de la construcción con clases nocturnas de formación profesional con la intención de mejorar su categoría laboral y sueldo. Empezó trabajando de peón albañil y acabó de encargado de obra.

Un día Paco, un obrero especialista afiliado a un conocido sindicato comunista y miembro del Jurado de Empresa, órgano que representaba en esa época a los trabajadores de la obra; se acercó a mi tío, que estaba disfrutando del almuerzo sentado sobre una pila de sacos de yeso, y le dijo en voz alta con la intención de que el resto de comensales de obra le escucharan:

- ¡Maestro, existe una situación injusta con relación a Fernando, uno de los peones que tengo en mi cuadrilla!. Me refiero al nuevo contratado que hoy no ha podido venir a trabajar debido al nacimiento de su sexto hijo.

- ¿De qué se trata Paco?

Contestó mi tío mientras, tartera en mano, saboreaba los restos de una porción de tortilla española empapada en pisto manchego.

- ¡Pues que el hombre tiene que pagar su hipoteca, las letras del coche, de los muebles y de la televisión; alimentar a su mujer y a sus seis hijos; todo con la mitad del salario que tengo yo!. ¡Me parece tremendamente injusto y creo que debería comentarlo a los patronos para que le suban el sueldo!

Antes de contestarle, mi tío cogió la bota de vino, la levantó a dos palmos de la boca y se echó un prolongado trago. Luego cogió un cigarrillo, lo encendió con su viejo chisquero y se quedó meditando durante unos segundos mientras observaba una destartalada carretilla volcada en la cima de un montón de arena de miga.

- Paco, tu eres un trabajador cualificado y competente. Eres pulcro en tu trabajo y contigo aprenden mucho los nuevos peones. Es obvio que la productividad de tu trabajo supone para la empresa el doble que la de ese tal Fernando que tienes a tu cargo. Yo creo que esto aclara bastante el tema.

Paco se quedó dubitativo y a continuación tiró de consigna sindicalista.

–¡¡ Pero se deben corregir las desigualdades…….., el trabajo tiene una función social…., no es justa la discriminación salarial……. la clase obrera está explotada……!!

- ¡Vale, vale!, todo tiene arreglo- Exclamó mi tío y prosiguió hablando:

- ¡Vamos a ver! Aprovechando que hoy es el día que se abonan los salarios haremos una cosa. Cuando el Administrador me traiga los sobres de la paga para que luego yo los reparta como de costumbre, vamos a abrir tu sobre y el de ese peón del que hablas, sacaremos el dinero de ambos sobres, lo Juntaremos y luego haremos dos mitades iguales que meteremos en sendos sobres.

Paco y el resto de los compañeros, que escuchaban sorprendidos a mi tío, guardaron un largo silencio hasta que, de repente, empezaron a murmullar cuando en lontananza atisbaron al Administrador abriéndose paso entre el material de construcción y los montones de escombros de la obra.

Superado los obstáculos, el Administrador entregó los sobres a mi tío que procedió a repartirlos entre los trabajadores salvo el de Paco y el del susodicho peón, que los dejó para el final encima de un tablón situado a sus pies.

Sin demora y aún rodeado de docena y media de trabajadores que, con curiosidad, habían esperado impacientes ese momento; mi tío procedió a realizar lo que había dicho.

- ¡Vamos Paco, coge un sobre; no importa el nombre puesto que los dos tienen la misma cantidad de dinero!

Paco con remordimiento disimulado y mordiéndose la lengua cogió uno, se lo metió en el bolsillo y se dio la vuelta para volver al tajo.

- ¡Paco no seas estúpido y trágate tu orgullo!

Gritó mi tío con entereza.

- Piensa que además de éste hay otros meses en el año. ¿Qué piensas hacer en el futuro?. Debes saber que los patronos no van a pagar a ese peón un sueldo como el tuyo puesto que en ese caso contratarían antes a un oficial que a un peón; por lo tanto, ese hombre por el que te apiadas, se quedaría en paro. Tampoco pueden pagarnos a todos el mismo salario que el que recibe un peón con la intención de igualarnos a todos, puesto que los patronos saben que eso no es justo ni eficaz para que la empresa funcione porque así nadie se molestaría en perfeccionarse, ni en aprender más, ni en asumir funciones de responsabilidad. Es más, los patronos tampoco pueden pagar a todos, con la intención de igualarnos, el mismo sueldo que el que yo tengo que, como bien sabes, es superior al tuyo; puesto que la empresa ya no sería rentable y la tendrían que cerrar. En ese caso nos quedaríamos todos en el paro. Los patronos no tendrían problemas de subsistencia puesto que sólo con lo que obtuvieran por vender la empresa podrían vivir muy bien en Acapulco de por vida y sin complicaciones. En cambio nosotros nos moriríamos de asco. ¡Eso sí, todos iguales de parados y sin sueldo!. Habrías conseguido así, estimado Paco, la igualdad que reivindicas.

Mi tío se dirigió al resto de empleados que presenciaban el acontecimiento solidario, los miró a la cara en silencio durante un breve espacio de tiempo y arrancó diciendo:

- ¡Sé que algunos de vosotros no sois tan íntegros y bondadosos como Paco. Tenéis algo más de “mala leche” que, mezclada con envidia rastrera, os haría ir más lejos. Seguramente estáis pensando, presos de la ruindad que corrompe vuestro corazón, que a los patronos se les debería quitar su patrimonio a la fuerza! Yo a eso lo llamo robar. Seguramente querríais que se repartiera su empresa y ahorros con la excusa esa de la justa redistribución de la riqueza. Ese es un argumento que siempre ha traído y traerá a los seres humanos mucha desesperación, miseria y muerte.

Algunos de los presentes bajaron la cabeza mientras otros mostraban una fría sonrisa que cortaba el aire.

- ¿Creéis que vuestra pretenciosa superioridad moral como trabajadores “proletarios” os legitima para que podáis robar impunemente y con violencia el patrimonio y bienes de los patronos que os ofrecen trabajo que aceptáis voluntariamente? Patrimonio, claro está, que apresuradamente os lo repartiríais con ansia después de limpiaros la sangre. El final aberrante de la historia lo conocemos bastante bien allí donde se ha consentido tal atropello e injusticia. Es el socialismo revolucionario de siempre disfrazado de justicia social.

Las frías sonrisas se convirtieron en bocas apretadas.

- Si pretendemos vivir en paz y armonía debemos respetar al prójimo, sobre todo su vida; porque los patronos, al igual que vosotros los trabajadores, deseáis disponer de una renta para vivir y mejorarla con el tiempo. Unos, los patronos, obteniendo beneficios puesto que han arriesgado su patrimonio en una aventura empresarial que también les hace trabajar intelectualmente dirigiéndola y gestionándola; y otros, los obreros, cobrando un sueldo por nuestro trabajo manual. Ambas aportaciones son fundamentales para sacar adelante la empresa. Ninguno nos esforzamos por altruismo. Para eso ya existen las monjitas que lo hacen estupendamente y está claro que entre vosotros no observo ningún velo o manto bendito que cubra vuestras cabezas, sólo veo monos azules manchados de sudor, yeso y cemento cuyo bolsillo porta un sobre que os posibilitará seguir viviendo con dignidad gracias a vuestro trabajo y gracias a que existe está empresa que os ofrece un empleo.

Mi tío se dio la vuelta, abrió de nuevo los sobres, contó el dinero y puso en cada uno la cantidad que en un principio había. Luego le entregó a Paco el suyo y le dijo:

- Paco, abre los ojos y piensa que quizás algún día otros malnacidos estiman que tu patrimonio es superior al suyo; sobre todo ahora que acabas de heredar el piso de tus suegros, su casa del pueblo, varios viñedos y un olivar con el que te has comprado ese flamante SEAT 1200 rojo. Piensa que con la excusa de la justicia social te lo pueden robar todo impunemente ¿Dónde ponemos el límite de la riqueza? Ahora vuelve a la faena y mañana aconséjale a ese peón, Fernando, que para ganar lo mismo que tú sólo tiene que bregar en ser tan buen trabajador como tú lo eres. Dile que estudie, sea responsable en la vida y que no gaste lo que no tiene.