sábado, 25 de junio de 2011

El perverso neomarxismo gramsciniano


Las nuevas artimañas de los liberticidas están encaminadas a ganarse el imaginario social. Están orientadas a la transformación de la conciencia política y cultural, sustituyendo la visión del mundo tradicional por un neomarxismo pseudodemócrata y relativista como paso previo e imprescindible para la creación del nuevo orden socialista del siglo XXI.


Ya lo dijo el demagogo Antonio Gramsci: “Es necesario primero transformar radicalmente el alma humana para que el poder caiga en manos de la izquierda, como fruta madura”.

Los socialistas han comprendido que su añorada revolución de trincheras no podía funcionar en el siglo XXI, entre otras cosas, porque la calidad de vida en el mundo ha mejorado. Existe menos miseria que en el pasado gracias a que la libertad y el mercado libre se abren camino rápidamente debido a la globalización; sin perjuicio de que la ciudadanía, con un simple “clik” de ratón, tiene a su alcance toda la información. Ahora, a diferencia de tiempos pasados, es más difícil de engañar al populacho.

Es complicado empujar a las masas a la “lucha final” por una perversa causa revolucionaria cuando la mayoría de los ciudadanos viven bien y no puedes utilizar la ignorancia y la miseria para manipularles. También es una ardua labor recurrir a la demagogia cuando la gente dispone de pluralismo de opinión no controlada por el poder, como la que te facilita internet.

Para combatir esto, los liberticidas tienden a infiltrarse en el sistema, corromperlo desde dentro y dar un vuelco social sin que nadie lo perciba, salvo tipos asilvestrados como yo y los que siguen ésta bitácora, que vamos por delante de ellos.

Esa maldita tarea subversiva y corrupta la protagonizan fundamentalmente los "intelectuales orgánicos" del nuevo socialismo. Me refiero a esos subvencionados titiriteros vociferantes de la pseudocultura de la “pasta” y a esos mercenarios lameculos de los medios de comunicación que pisotean sin piedad el honorable oficio de periodista. Oficio que consiste básicamente en la búsqueda de conocimiento y la transmisión veraz de la información. Algo fundamental para que los ciudadanos que viven en las verdaderas democracias puedan orientarse.

En el aspecto económico el hediondo y obsoleto keynesianismo ha cumplido a la perfección la tarea liberticida.

Los neomarxistas tienen la imperante necesidad de subvertir el sistema de valores tradicionales basados en el respeto, el esfuerzo y la excelencia; como elemento previo e imprescindible para el éxito de su ideal socialista. Ellos pretenden erosionar las bases de nuestro sistema de vida y hacer posible su sueño totalitario en el que la familia, el derecho a nacer y vivir la senectud, la propiedad privada y la moralidad acaben siendo vestigios del pasado. Ellos necesitan ganar para su pérfida causa al sector intelectual, al religioso, al cultural, al educativo, o sea, a los sectores con más dinamismo de ideas; todo con el propósito de asegurarse que, en varias generaciones, se transforme de forma radical el esquema social dominante que tanto progreso y desarrollo ha traído a los países más prósperos y libres.

Ellos se empeñan en infundir en los jóvenes el odio al tradicional sistema de valores, la moda de la contracultura, el pacifismo rosa, el ecologismo engañabobos, el estúpido antiamericanismo, la imposible alianza de civilizaciones, el falso buenismo y demás gilipolleces encuadradas en lo políticamente correcto.

Actualmente los nuevos liberticidas coinciden plenamente con los propósitos del marxismo del siglo pasado, que se basan en la creación de una nueva sociedad moldeada según los criterios de la ingeniería social. Lo único en lo que difieren de los viejos socialistas es en la forma de conseguir tales objetivos, sin ser ya necesario recurrir al AK-47, ¡por ahora!.

Los liberticidas tienen una necesidad imperiosa de conquistar la hegemonía cultural antes de intentar acabar completamente con la Libertad del individuo; de contaminar las fuentes de formación e información de los ciudadanos; de revolucionar sus costumbres; de ostentar el dominio ideológico en la escuela, universidades y medios de comunicación; de sentar las bases para el acceso al poder mediante la demolición de las creencias, de las referencias éticas y los códigos morales.

Los liberticidas del siglo XXI únicamente pretenden hacer realidad la doctrina de Gramsci y Lukács, esos marxistas que idearon el “terrorismo cultural”, es decir, la necesidad de llevar la lucha de clases al campo de la cultura de masas.

Sin embargo, aparte de un puñado de anarcoliberales asilvestrados como yo, siempre han tenido un significativo rival milenario y consolidado, que no es perfecto, pero que muchas de sus buenas obras garantizan su continuidad futura. Ese rival es la Iglesia católica. Por eso, siempre han combatido a muerte las creencias religiosas cristianas incluso llevándose por delante a inocentes monjitas; por eso deben infiltrarse también en la propia Iglesia.

Existe un precedente. Es lo que sucedió con la denominada "Teología de la Liberación" en la que prevalecía la defensa del socialismo. Esta teoría fue promulgada por los jesuitas, sobre todo en Latinoamérica, empujando a los católicos a abrazar el marxismo-leninismo. El invento consistía en una particular doctrina que reuniera a los grupos de base y a los movimientos clericales contestatarios con la idea de crear una nueva Iglesia que defendiera a los más humildes, a la vez que destruyera a la vieja jerarquía entregada a ese denostado capitalismo que tanto odian los liberticidas, sobre todo por haber sido la economía de mercado capaz de sacar de la miseria a millones de seres humanos sin necesidad de socialismo. Y en eso están.

Pero también parte de la iglesia tiene mucha culpa de que los liberticidas cumplan su objetivo. Sobre todo esa iglesia casposa que echa a patadas de sus “ondas” a comunicadores honestos y de principios sólo por querer más Libertad para la ciudadanía y menos Estado intervensionista, siempre en manos de los parásitos de la política.

Por esto, estimados seguidores de esta humilde bitácora, os vuelvo a recordar que actualmente la batalla para defender vuestras libertades se libra en el terreno de la opinión pública.

Ganar la opinión pública exige, por una parte, una crítica incisiva y veraz del poder totalitario enmascarado en la democracia, y por otra, una alternativa capaz de atraer a la mayoría de la ciudadanía, hacerla recapacitar y motivarla para que reflexionen; liberándose del sueño anestésico perverso al que ha sido sometida por esa caterva de políticos populistas liberticidas gramscinianos.

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