Yo, al igual que otros muchos, no dudo en pronunciar su nombre cuando se me pregunta que escritor o pensador me ha influido más en mi forma de entender el mundo. Revel era un intelectual profundo, estimulante, provocador y sobre todo honrado. Puedo decir que mi fobia a discutir inventándome datos o argumentos proviene de la contagiosa adscripción a la verdad que acompañó a Revel toda su vida.
De inagotable curiosidad, Revel realizó durante décadas la reseña de libros denvarios diarios. Llegó incluso a dirigir uno, el semanario L'Express, durante unos agotadores años. Nada escapaba de su afilada pluma, que convertía cada artículo en una pequeña joya, ya estuviera tratando el genoma humano o la última tontería escrita por los sociólogos de moda.
Contra estos, sus "compañeros de profesión", lanzó algunos de sus juguetones dardos: en "¿Porqué los filósofos?" (1957), uno de sus primero ensayos, Revel pasaba revista a las cochambrosas modas intelectuales de la época, a los Sartre y compañía, ante cuyos abstrusos panegíricos Revel se revelaba como el defensor de lo transparente y útil de la filosofía: "Si no los entiende no se preocupe: no hay nada que entender".
Pero fue en el terreno político donde Revel brilló con más fuerza. Desde la década de los 70, publicó una larga serie de libros provocadores que generaron enorme polémica, sobre todo en Francia. En "Ni Marx ni Jesus" (1970), Revel viaja por EE.UU cargado de los eternos prejuicios europeos, de los que no tarda en desembarazarse: la verdadera Revolución no tendrá lugar en la vieja y caduca Europa, si no en la dinámica, abierta y multicultural América. La historia le dio la razón.
En diversos ensayos, Revel ataca el suicida proceder de las democracias, siempre dispuestas a ceder ante la URSS, por muy osadas, violentas y ofensivas que fueran sus provocaciones. En especial desmenuzó el pensamiento de la izquierda, no tanto la totalitaria como la supuestamente democrática, que por serlo, o presumir de ello, no debía caer en el servilismo, la ceguera mental y el vergonzoso partidismo a favor del totalitarismo soviético.
Pero que nadie piense que nos encontramos ante un típico escritor derechista, conservador y aristocrático. Revel fue siempre un freelance fiel nada más que a la verdad, a la que solo accedía tras una inagotable y permanente búsqueda. Luchador antinazi en la resistencia francesa, profesor de Literatura en Italia y México, evolucionó de la socialdemocracia al liberalismo, al ver a todos sus mitos socialistas derrumbarse como un castillo de naipes. En especial la figura de François Mitterrand, cuyo apoyo se trocó en demoledora crítica. La lectura de los disidentes soviéticos acabó por convencerle de la necesidad de defender la democracia parlamentaria y la economía de mercado, frente a los errores, imposturas y crímenes de los totalitarismos de toda suerte y condición.
Ateo desde la infancia, casi anticlerical, paso uno de sus peores tragos al ver impotente como su propio hijo (Matthieu Ricard) sustituía la investigación científica, de la que era brillante referente, por la meditación interior de los monjes budistas al convertirse en el brazo derecho del Dalai Lama. Receloso al principio, acabó por apoyar plenamente la decisión de su hijo, con el que mantuvo unos deliciosas conversiones que fueron publicadas en forma de libro: "El monje y el filósofo" (1998).
En 1988 publica su obra maestra: "El conocimiento inútil". Insuperable e imperecedero tratado de lucha contra la mentira. En sus páginas denuncia la función de la mentira, el tabú, la deshonestidad periodística, los prejuicios ideológicos y demás "males de su tiempo", desplegando su habitual prosa de caramelo, repleta de sentencias inolvidables, ejemplos oportunos y profundas verdades, no por evidentes nunca mejor defendidas.
Ningún texto que yo pueda escribir podría abarcar la impresionante vida y obra de este viejo paladín de los que tanta falta nos hace. El mismo lo intentó en unas memorias colosales ("El ladrón en la casa vacía") donde no pudo pasar de los años 80. Así que lo mejor que se puede hacer es leerlo más, en vez de ofrecerle homenajes de un día. Me pongo a ello.
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