Dicen que cuando el Diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo. Los políticos españoles, parece que tienen algunas cosas pendientes por ahí como para andarse con tonterías y asuntos baladíes. Dicen que en España existen cuatro millones de parados reconocidos oficialmente. También se dice que más de un millón de esos parados ya no tiene derecho a prestación alguna y pasan las de Caín para poder mantener sus casas, sus familias o lo que Dios les haya dado.
Existen problemas de delincuencia que resolver, lacras como el terrorismo y la corrupción no parecen tener un final claro, los nacionalismos cada vez tienen más voz y voto y el tejido productivo se desmorona sin freno. Aún así, parece que siempre hay hueco para matar moscas con el rabo, o con lo que sea menester.
El grupo socialista ha instado al Congreso de los Diputados a que promueva las acciones necesarias para reforzar los vínculos con las poblaciones del Magreb y del África tropical descendientes de los moriscos expulsados de España hace ya 400 años. Estas actuaciones, dice un tal José Antonio Pérez Tapias, deben ir acompañadas del reconocimiento institucional de la injusticia que en su día se cometió con los moriscos expulsados de España.
Hay razones que se nos escapan del contexto del siglo XVI, por algo han p
asado nada menos que 400 años. Reinaba por aquel entonces Felipe III, estaba muy fresco en el colectivo común la rebelión granadina de Las Alpujarras, impulsada por la sociedad morisca que se negaba a acatar las leyes de Felipe II en cuanto a costumbres religiosas. Al final tuvo que desplazarse Don Juan de Austria desde Italia con sus tercios para sofocar la revuelta y dispersar a continuación a los díscolos moriscos por toda Castilla.
Se dice que en aquella España de 1609 la población morisca era de unas 350.000 almas, casi el 4% de la población total del país. Más del 30% de estos moriscos residían en el levante valenciano y otro 20% lo hacía en el antiguo reino de Aragón.
Los moriscos se dedicaban principalmente a la agricultura y al comercio y eran beneficiosos para España porque ni eran sacerdotes, ni nobles ni hidalgos, poco productivos como bien se sabe.
Muchos españoles de diversa condición estaban en contra de la expulsión de los moriscos, aunque se les acusara de ser conspiradores y ayudar a los piratas berberiscos que asolaban el Levante español.
La Inquisición y la Iglesia, que gozaban de una gran fuerza, lograron imponer su discurso y sus pretensiones. Los nobles se callaron y aceptaron la decisión al habérseles prometido las tierras y propiedade
s que pertenecían hasta ese momento a los futuros exiliados. Con la expulsión, muchas zonas, sobre todo de Alicante y Aragón, quedaron desiertas, teniendo después que ser repobladas por españoles a cambio de prebendas y ventajas.
Esta historia todos la conocemos de nuestros tiempos de escolares, a no ser que seamos víctimas de la ESO. No está de más dar un repasito histórico, pero de ahí a impulsar leyes absurdas, hay un paso. Un gran paso.
El gobierno socialista de Zapatero, es experto en estas lides de recuperar memorias históricas y de desfacer entuertos, como si de Don Quijote de la Mancha se tratara. Quizás esta iniciativa sea la respuesta a la manifestación de agricultores y ganaderos del pasado sábado. Tal vez si lográramos que los sucesores de los moriscos volvieran a la Península a trabajar a bajo coste, las movilizaciones agrarias acabaran y el campo siguiera siendo como las plantaciones useñas de algodón, un vivero de esclavos.
Aunque bien me temo que lo que hay detrás de este sin sentido sea otra regularización de inmigrantes o peor aún, una manera de hermanar a los actuales pobladores del Magreb con España, para así lograr algo similar a lo que ya sucede con los inmigrantes sudamericanos, que pronto tendrán derecho a voto, al menos en los comicios municipales.
Nadie duda de que el PSOE siempre que promueve una ley, lo hace con un claro propósito electoral, con la intención de seguir en el poder cueste lo que cueste.
Es sospechoso y siniestro que el Partido Socialista se autodefina como laico, aunque a veces peque incluso de anticlerical, siempre que el credo sea el católico, pues si del Islam se trata, el compadreo y la simpatía que
emana todo buen socialista son hasta exagerados.
Ahí tenemos el ejemplo de la Alianza de Civilizaciones, proyecto personalísimo del propio Zapatero, mientras por otro lado se encarga de violar el Concordato Vaticano, como ayer denunciaba el cardenal Rouco Varela.
La incultura y el imaginario popular inculcado a fuerza de mentiras y mitos como el de la tolerancia del Islam con las demás religiones, nos lleva a estos extremos. Solo hay que echar un vistazo a los países islámicos de la actualidad, no de hace 400 años, para comprobar que la persecución a los seguidores de la Cruz es el pan de cada día.
Si queremos un ejemplo pasado, de aquella multicultural Córdoba de los Califas que se nos vende, podríamos fijarnos en Averroes, un destacado filósofo seguidor de Aristóteles, que tuvo que salir por piernas de la ciudad cordobesa para no ser asesinado por defender que la filosofía y la ciencia no tiene porque ir en contra de la religión, sea cual sea ésta.
Para concluir, me gustaría instar al grupo socialista a promover los mismos derechos que quieren para los moriscos a otra población africana, que hasta la muerte de Franco, poseía ciudadanía española e incluso DNI. Se trata de los saharauis, un pueblo masacrado por Marruecos, perseguido y vilmente oprimido.
T
enemos el ejemplo de la heroica Aminatu Haidar, expulsada de Marruecos por ser una defensora de los derechos del pueblo saharaui y que seguirá en huelga de hambre mientras no se le permita volver a su patria. Moratinos, el amigo personal del asesino Arafat, parece en este caso sueco en vez de español, como en el altercado con la bandera española y la Royal Navy británica.
En manos de esta gente estamos, en manos de su memoria selectiva y de sus oscuros propósitos.
Cuando el diablo no sabe qué hacer…