jueves, 31 de diciembre de 2009

Sobre la solidaridad

Piotr Kropotkin define la solidaridad como la base del comportamiento animal y humano, gracias al cual ha evoluciando desde un organismo unicelular hasta organismos más complejos. En Anarchist morality escribió:
The morality which emerges from the observation of the whole animal kingdom may be summed up in the words: Do to others what you would have them do to you in the same circumstances.

And it adds: Take note that this is merely a piece of advice; but this advice is the fruit of the long experience of animals in society. And among the great mass of social animals, man included, it has become habitual to act on this principle. Indeed without this no society could exist, no race could have vanquished the natural obstacles against which it must struggle.

[...]

Without this solidarity of the individual with the species, the animal kingdom would never have developed or reached its present perfection. The most advanced being upon the earth would still be one of those tiny specks swimming in the water and scarcely perceptible under a microscope. Would even this exist? For are not the earliest aggregations of cellules themselves an instance of association in the struggle?
1


No estoy nada de acuerdo con las palabras de Kropotkin. La base de la evolución no es la solidaridad, sino la competencia. Sin contar las causas naturales (condiciones de la naturaleza y mutaciones aleatorias), la principal causa de evolución es la competencia entre los seres vivos. Si las condicienes ambientales se mantuvieran constantes y hubiese ilimitado espacio en el que vivir e infinitos recursos alimenticios no vivos de los que alimentarse, los seres vivos no habrían pasado el estado unicelular. Sin embargo, la lucha por el control del territorio y de los recursos alimenticios (además de cambios en las condiciones ambientales y mutaciones), y la procreación han hecho que los seres vivos evolucionemos hasta la situación actual.

Ello no quiere decir que debamos comportarnos como animales. El hombre, como ser vivo inteligente y con una capacidad superior para razonar, es capazaz de actuar de manera solidaria y ayudar a los necesitados.

Combatir el socialismo imperante en nuestra sociedad y la dependencia del Estado es muy difícil. Desde el principio, el socialismo tiene la batalla ideológica ganada. Ha conseguido convertir la solidaridad, que en un principio era un acto voluntario, en una obligación sustentada por las leyes y la violencia del Estado.
El hombre tiene ciertamente para con sus semejantes muchos otros deberes morales; así, tiene que alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos, cobijar a los que no tienen techo, cuidar a los enfermos, proteger a los indefensos, ayudar a los débiles, enseñar a los ignorantes. Pero estos deberes son simples deberes morales, y con relación a ellos cada hombre es el único juez capaz de decidir por sí mismo, en cada caso particular, cómo y hasta que punto podrá o querrá cumplirlos.2

La solidaridad no es más que un deber moral, nunca una obligación impuesta y penalmente castigable. Incluso podríamos llevar su argumento al extremo: la omisión del deber de socorro no es un delito. Ya que el socorrer a otra persona es una decisión de carácter moral, no una obligación.

La redistribución de la riqueza y el Estado de bienestar son ejemplos de esa mal denominada solidaridad. Y digo mal denominada porque para que la solidaridad sea considerada como tal, ésta debe ser un acto libre y voluntario. Si un ladrón me roba, ¿estoy siendo solidario con él? No. Si quien me roba es el Estado, tampoco.

Por otro lado, están los efectos perversos de ese, ya de por si negativo, liberticidio y de la violación de la propiedad privada disfrazados de solidaridad: la mafia burocrática que controla y gestiona las organizaciones dedicadas a ella y los que se dedican a vivir a su costa.




[1] Peter Kropotkin, Kropotkin's revolutionary pamphlets : a collection of writings, (Dover Publications, 1970).
[2] Lysander Spooner, El derecho natural: la ciencia de la justicia, Libery, 1882.

Publicado originalmente en humano sin sentido